Aprovechando que uno, por la
edad, es cada vez menos amigo de las aglomeraciones y tras “cumplir” con el
txupinazo de las fiestas de mi pueblo, me acerco con mi amigo Pepe a conocer
este restaurante que comparte cocina con su hermano “elegante”.
Por las fotos me esperaba otra cosa pero me ha gustado más en vivo
y en directo. Local agradable. Imagino que en el otro la gran diferencia será
el tamaño de las mesas y su decoración, creo que en el asunto gastronómico
hablamos de lo mismo.
Aposentados en nuestra correcta mesa nos acercan las cartas y nos
comentan alguna cosilla que otra mientras nos acercan el aperitivo en forma de
refrescante txupito de sandía.
Dejo que mi amigo vaya mirando un tanto la carta mientras voy
echando un vistazo a los vinos disponibles. Carta amplia pero enseguida me
decanto por un “agua con burbujas” del
país vecino. Un champagne que nos va a agradar
a ambos. En esta ocasión se trata de un Jacquesson Cuvée 741. Teóricamente esta
Cuvée es la más elegante de todas.
Se han decantado por la calidad por encima
de la producción. Vinos cosecha 2013.
Todos los 700 son vinos de añada con un pequeño porcentaje de vinos de
reserva. Frudes de madera con batonge periódicos. Chardonnay, pinot
meunier y pinot noir. Tras su embotellado descansan hasta cuatro años en las
cavas. Un champangne elegante, relativamente de fácil beber con la burbuja
perfectamente integrada y con un ligero amargor final que lo hace más
apetecible. Rico-rico, la verdad. Variedad de panes a cada cual más rico.
Comenzamos con su ensaladilla. Preciosa presentación de una
espectacular ensaladilla. Finísima, sabrosa, suave a más no poder. De diez, sin
lugar a dudas.
Pasamos al plato que da nombre a este comentario, su “ajoblanco” de trufa con espárragos y gambas.
Pues cambian el ajo por la trufa con lo que es un curioso ajoblanco sin ajo. Cremoso,
casi se puede comer con tenedor. Riquísimo. Sabor abrumador.
Pepe es un
verdadero amante de las alcachofas. Cuando se la ofrecen enseguida les comenta
que no es temporada pero le recomiendan probarlas. Las confitan y se pueden
degustar en cualquier época. Flor de
alcachofa a la brasa con salsa romescu. Presentación que hace bueno el nombre.
Mira que no soy yo un amigo de este alimento pero reconozco que está cojonudo.
Me gusta pero no me enamora así que dejo que mi compi disfrute de tres de las
cuatro porciones. Realmente viéndole comprendo que está mejor de lo que yo
pienso.
Uno de los plato míticos del cocinero de este restaurante es sin
duda su lasaña de antxoas. Yo ya la había probado en su antiguo local pero Pepe
no, así que es de obligado cumplimiento. Hay que reconocer que es un plato
apetecible. Fresco, recuerda en algún modo a un salmorejo. Merece la pena.
Queremos un plato algo más consistente y elegimos su entrecotte de buey asado.
Emplatado en dos pequeñas raciones. Buena carne, sabrosa y tierna. La patata
que la acompaña nos sorprende. No sabemos muy bien cómo lo hacen pero está como
si de verduras “aldentes” se tratase. Bien cocinada pero “tersa”, riquísima de
sabor.
Pedimos consejo a nuestra amable camarera sobre los postres y nos
recomienda uno fresco primero y uno más potente de segundo. Pues a ello, un
gratinado de crema de piña y praliné de pistacho que compartimos. Pues
cojonudo. Fresquísimo realmente, mezcla de espuma y helado. Me gusta más la
parte “templada” que la fría. Postre que recomiendo.
De segundo volvemos a un plato mítico de Canales, su pastel fluido
de avellana. Esto ya es más dulce. Disfruto yo más que mi amigo que es menos
golosón. Tenía buen recuerdo de él y no me ha defraudado. Por algo aguanta en
su carta el paso de los años.
Dos ricos “cortaos” preparados a nuestro gusto
dan por finalizada la velada. Digamos que aquí se come por unos 75 euros por
persona sin vino para salir plenamente satisfecho, Un precio más que acorde con
su cocina, su trato y su local.
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