Lugar “mítico”. “escondido” de la mano de
dios. Hace muchos años sitio de obligado cumplimiento. Yo hacía 4 que no pasaba
por aquí. Cambio de gestión. Lo ha cogido una chica valiente. En los tiempos
que corren no es fácil meterse en berenjenales.
Ha sido gracioso. Amaia, “mi jilguerillo”
me ha propuesto visitarlo pues ha escuchado cosas buenas desde la nueva
apertura. Yo me meto en Facebook y veo las fotos. La llamo para decirle que es
un “mexicano”. Con lo que es ella para comer…..
Pues nos animamos y hacia allí que nos
dirigimos. A pesar del tiempo transcurrido no se me ha olvidado el camino.
Lugar privilegiado. Ruta hacia el nacimiento de nuestro río Nervión, ese que
desemboca en el Cantábrico. Desde aquí puedes darte un precioso paseo hasta la
cascada de su nacimiento.
Pues entramos por la puerta. Nada que ver
con las fotos que había visto. Hablando con la camarera, pasamos un rato de
risas. Resulta que el que había visto era un mexicano de México, que también se
llama El Infierno. Pues no, aquí se vienen a comer cosas clásicas. Por encargo
algunas de ellas como el cordero y las patas.
Por allí aparecen Mentxu, la jefa y su
marido. Nos sacan la carta para que vayamos echando un vistazo. Amaia, que
siempre come con los ojos, me incita. Yo sé lo que me espera.
A una hora más bien europea, entramos al
agradable y luminoso comedor. Le han dado una vuelta. Buenas mesas, de tamaño
más que suficiente.
Nos arrancamos con unos fritos variados.
Croquetas, langostinos con “gabardina”, huevos albardados……. Todos a buen
nivel. Croquetas de bocado. Los huevos me recuerdan a los que me hacía mi
amatxu. Una buena ración, nada aceitosa.
De segundo, no esperaba yo esto, Amaia se
decide por su txuleta. Nos dicen que son todas de kilo. Gramo arriba, gramo
abajo.
La presentan en piedra caliente. Pues vaya
sorpresón. Una carne de estupenda calidad. Suave, con mucho sabor. Incluso el
“gordo” está de rechupete. La acompañan unas patatas caseras y unos pimientos
rojos. Como no podía ser de otro modo, yo me tengo que “cepillar” el 70% de la
carne. Así que me pongo “tibio”. Pero disfruto mucho.
Mi compi es “moscatera” cien por cien. Así
que se pide su imprescindible copa de moscato. Yo pregunto por si hay sorpresas
pero…. Así que degusto un par de copas de un txakoli de la tierra. Un Eukeni.
Pues está rico. Fresco, fruta, acidez reseñable.
Como es habitual en ella, siempre encuentra
un lugar en ese pequeño estómago para el postre. En esta ocasión un “café especial”.
Tipo italiano. Nos sacan dos cucharillas y lo pruebo. Pues está cojonudo.
Hace un viento que pela pero la casa nos
protege del mismo. La temperatura es agradable. En la pequeña terraza
disfrutamos de un buen cafecito y nos echamos los cigarros correspondiente.
Por 55 euros hemos cenado estupendamente.
Un sitio para todos. Tanto para aprovechar un alto en el camino como para una
cena romántica. En invierno y con ese fuego bajo encendido tiene que ser muy
agradable. Y en verano, a la sombra de esos majestuosos árboles, tampoco se
tiene que estar nada mal.
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