Es
curiosa la vida. Depende de las circunstancias pasa a un ritmo increíblemente
veloz o bien a cámara lenta. Una noche sin dormir es larga, muy larga. Una
velada agradable pasa a la velocidad de la luz. Pero la cuestión es que ya ha
pasado otro año y me parece increíble.
En
compañía de mi retoño y de mi ya prácticamente “retoña”, me acerco al Abiaga. A
Oihane le quedó un recuerdo muy bueno en nuestra última visita y yo sé que
vamos a disfrutar, así que allí que nos presentamos.
Local
prácticamente completo, de lo cual me alegro. Además parece que les va bastante
bien. Se lo merecen.
Amplia
mesa redonda donde tenemos sitio más que de sobra. Dejo que los txikitos vayan
decidiendo lo que vamos a comer mientras que nuestro amable anfitrión nos va
sirviendo el vino. Un vino que me han regalado mis compis de mesa y que
amablemente me han dejado abrir en el restaurante. En concreto un Albariño La
Comtesse 2013, de Pazo Barrantes. Cien por cien albariño. 6 meses con sus lías
y otro año descansando en tinos de roble francés. Es, desde luego, un vino de
mi estilo, de mi gusto pero no ha llegado a enamorarme, quizás por las
altísimas expectativas. Pero desde luego es uno de esos vinos que tan alto
nivel están consiguiendo. Blancos riquísimos que te dejan disfrutar de la
comida en su totalidad.
Los
aperitivos de siempre. Y como siempre esa especie de pan de pizza me vuelve
loco con su tremendo sabor.
Compartimos
por capricho de Oihane un pan con tomate. Se nota la procedencia de la cocinera
y desde luego que está para comer sin conocimiento. Jugoso y rico.
Pasamos
a una ensalada de txangurro. Estupenda.
Media
ración de canelones de txipis para cada uno. Plato mítico del local, lo bordan.
Exquisito.
Mi
hijo se decanta como plato principal por la carrillera al vino tinto. Está muy
rica, un pelín más de cocción hubiese sido de diez.
Oihane
y yo nos comemos a medias una ración de rodaballo con piña y maíz y otra de
lubina. No sabría con cual de ellas quedarme. Buenas raciones, buen punto de
los pescados y acierto en las compañías.
El
txikito no duda en pedir de postre su culant de chocolate y helado de vainilla.
Casi no le deja ni tocarlo a su chica pero al final triunfa el amor.
Oihane
había probado ese sable bretona de manzana con helado de oveja. Creo que es uno
de los mejores postres que he probado en mi vida. Está impresionante. Sabores
marcados, mezcla perfecta.
Aquí
cafecito sólo tomo yo, así que con el día que hace nos vamos a su terraza y
como tengo chófer nos bebemos un par de buenos GTs.
De
nuevo velada de las de recordar. Estupenda cocina, estupendo local, cojonudo el
servicio y un precio de los de repetir. 40 euros por barba por lo sólido. El
líquido ya es cuestión de los caprichos del comensal.
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