Cuando quiero asegurar que mi
compañía disfrute con menús no tan clásicos, suelo “echar mano” de mi amiga
Marijo. Ella es incluso más disfrutona que yo y además tiene capacidad para
degustar menús largos y variados.
Hacía tiempo que no visitaba este
restaurante. Quieras que no tengo una hora de camino y las vueltas después de
cenar siempre se hacen un tanto más largas. De todos modos la gula puede a mi
pereza.
En este “maravilloso” año que
llevamos donde el sol ha decidido hacerse de rogar y las temperaturas más
parecen de pleno invierno que de las fechas en las que estamos, nos acercamos
hasta Agurain a tomar un cafecito antes de visitar el restaurante. Cinco grados
marca el coche y la verdad es que no apetece demasiado pasear.
Llegada la hora nos acercamos hasta
Langarika. Nos acomodan en una de sus agradables mesas. Me gusta el comedor.
Buenas mesas y buena “vestimenta” . Servicio muy amable y atento.
Ofrecen un menú degustación de 12
platos pero te dan la opción de reducirlo a 7. Al ser cena y saber que las
raciones no son minúsculas, nos decidimos por éste último. Nos perdemos la caja
sashimi de bonito, turrón de ibéricos, oreo de foie, trufa de Idiazabal,
Ferrero de morcilla y crujiente de manitas. Lo hemos visto en otras mesas y la
verdad es que nos ha dado pena.
Nosotros comenzamos con la alubia
verdina con espuma de erizo de mar. Un tierra-mar que resulta simplemente
delicioso. Perfección en la conjunción de sabores.
Continuamos con la croqueta líquida de jamón. Desde luego que no es una croqueta corriente. Preciosa presentación. Notable resultado. Muy apetecible.
Raviolis de bogavante con crema de
garbanzos. De nuevo perfecta elección de mezcla de sabores que por cierto
últimamente están tan de moda.
Kebab de ternera con chutney de
piña. Una pequeña hamburguesa presentada sobre un papel de periódico. Casi
diría que ha sido el plato que más me ha gustado y eso que he disfrutado del
menú de principio a fin. Genial.
El Din-sum de papada ibérica y
langostinos con curry de almendras y la lubina al horno con espuma de refrito
son otros de los platos que nos perdemos del menú largo.
Pasamos pues a las croquetas de
mojito y destornillador. De nuevo bonita presentación y de nuevo sabores
intensos pero muy bien avenidos. Otro de los platos destacables de la noche en
mi opinión y a mi gusto.
Nuestro último plato salado es el
mixto de rabo y queso Idiazabal. Muy
rico aunque quizás, dado el camino recorrido resulte un tanto “clásico” aunque
totalmente disfrutable.
De nuevo nos perdemos cosas que
parecen muy interesantes, en esta ocasión la fruta tropical con su helado y las
fresas con sorbete de mojito. Una pena.
Nuestro postre es la tarta rota de
queso con frutos rojos. A pesar de que cuando escucho tarta de queso sueño con
las clásicas, a veces también disfruto con estas modernidades. Sobre todo si,
como es el caso, saben a queso. Refrescante.
Para beber y dado que su carta de
vinos blancos no es excesivamente amplia, nos decantamos por un rioja,
concretamente un Luis Alegre, finca de
la reñana. Un poco joven quizás. Madera muy presente aunque en boca va mejorando
bastante a medida que el vino se airea. Creo que es uno de esos vinos que
mejorará y mucho dejándole reposar uno o dos años más en botella. Al menos en
lo referido a mis gustos. Que, como siempre, el mejor vino siempre ha sido y
será el que más le guste a uno.
Dos ricos cafecitos servidos al
gusto y abonamos los 128 euros de la cuenta. El precio del menú reducido es de
50 euros. Una estupenda relación calidad-precio. Siempre he disfrutado en este
restaurante y hoy no ha sido una excepción.
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