Está bien tener amigos y si esos amigos son
generosos ya ni te cuento. Tenía ganas Pepe de invitarnos a una buena jamada.
Eso sí, tenía que ser en su restaurante favorito. Mientras sus restaurantes
favoritos sean también los nuestros……
Pues llegó el día acordado. Nos acercamos a
Laguardia y a la hora convenida entramos
por la puerta del Amelibia. Nos recibe Alex que nos acomoda en una de sus
amplias y elegantes mesas. Comedor con buena iluminación y con mucha clientela.
Como hacemos casi siempre, compartiremos
unos cuantos platos para probar todo lo que podamos de su más que apetecible
oferta. Así que dejamos que Alex nos vaya recomendando alguna de sus
propuestas.
Comenzamos con un aperitivo. Unos puerros a
la vinagreta. Mira que me costó entrarle a este plato pero ahora me produce
una inmensa satisfacción. Están suaves y ricos. Como siempre, en este local se
degusta un buen pan blanco que me encanta, por cierto.
Vamos mientras tanto catando un vino que ya
habíamos tenido la ocasión de probar. Un blanco que hace un bizkaino asentado
en esta zona. En concreto un Iraun. Un vino que se cría en barricas de roble
francés durante diez meses. Curiosamente tenía yo otro recuerdo del vino. No me
sonaba que la madera se notase tanto en nariz pero después me doy cuenta del
porqué. Había catado un 2012 y el de hoy es un 2014. Así que esa diferencia de
permanencia en botella le viene, al parecer, maravillosamente. En boca no es
tanta la diferencia y es un vino que va ganando enteros a medida que se airea
un tanto y que gana un poco de temperatura.
La mayoría de los platos nos los han
emplatado individualmente, cosa de agradecer y además retiran la vajilla con
cada pase. Algunos no se dan cuenta de lo que esto supone pero multiplicado por
el número de comensales supone un esfuerzo muy a tener en cuenta.
Disfrutamos ahora de unos más que cojonudos
espárragos templados acompañados de una espuma de mayonesa. Ligera, sabrosa.
No quería Pepe dejar de degustar esa
terrina de foie que tan “enamorado” le tiene, así que es nuestra siguiente
opción. Estamos con él, está muy bien conseguida.
Alcachofas. Sin compañías, sin tonterías,
con el toque justo de sal. Mira que me gustan pero sigue sin ser uno de mis
platos preferidos. Contentos mis compis que tocan a más.
Pasamos ahora a unas patitas de cordero.
Simplemente queremos probarlas así que le pedimos que sea pequeña ración. Están
muy suaves y la salsa perfecta.
Llegado este punto necesitamos ya elegir
algo más para beber. Y nos propone un cava que ya había probado. Un Colet Assemblage extra brut. De color
asalmonado. Crianza de treinta meses. Fina burbuja constante. Un cava muy
serio. Un cava que, serán cosas mías, puede incluso recordar a un champagne.
Excelente ese final ligeramente amargoso. Estoy entrando “peligrosamente” en el
mundo de las burbujas, cada día disfruto más con este tipo de vinos.
Por consejo mío puesto que ya lo había
probado nos tiramos de cabeza a por esa costilla braseada de Agnus. Esa vaca
sin cuernos. Pues de nuevo nos demuestra la calidad de quien está en cocina.
Muy jugosa, se deshace en boca.
Otro de sus platos míticos es, sin duda
alguna el cochinillo. Corteza crujiente, riquísima. Carne suelta. Para comerte
el txerri entero.
Para postre nos ofrece la posibilidad de
hacer una degustación de varias de sus propuestas. Pues a por ello que nos
vamos. Esos canutillos rellenos riquísimos, esa torrija, un pastel vasco con un
toque a manzana asada que está de rechupete y un cuarto postre del que, a pesar
de está tan rico o más que los otros, no consigo poder explicaros.
Con los cafecitos a nuestro gusto, es
decir, con poca leche, degustamos unas estupendas rosquillas “ciegas”, de las
de sin agujero. Digo degustamos por decir algo puesto que juraría que me he
comido el ochenta por ciento.
Como hoy el coche lo ha llevado nuestro
generoso amigo, me puedo permitir el lujo de tomarme un GT mientras Javi se
toma uno de sus kubatas. Pepe tiene que conformarse con un agua con gas que
ayuda un tanto a calmar esos castigados estómagos.
Con el debido permiso, hoy conocemos por
fin a Patxi, el artífice de los platos degustados, le pillamos con las manos en
la masa, preparando cochinillo y “picándonos” para que en otra de nuestras
visitas nos animemos a probar unas patitas del susodicho animal. Pues entre eso
y lo que me ha enseñado Alex en su bodega, prometo que la próxima será en no
mucho tiempo.
Eskerrik asko a Alex y Patxi y por supuesto
a Pepe que es quien hoy abona los 200 euros del disfrute. Un precio muy pero
que muy ajustado a lo degustado.
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