Con este verano a “deshoras” que estamos teniendo
apetece un poco más alejarse un tanto y dejar la pereza para el invierno que
nos llegará, sin dudarlo.
Así que tras darle un par de vueltas al asunto me animo
a volver a este restaurante que hace ya 3 años que no visitaba y del que
guardaba muy buenos recuerdos.
Está situado en el edificio Mirador de Las Marismas de
Santoña. Dicen que es un barco escoltado por pesqueros. Según lo mires es
descaradamente una proa pero si lo miras desde otra perspectiva bien pudiera
parecer una popa. La cuestión es que es bonito y que invita a la fotografía
imaginativa. El comedor tiene unas estupendas vistas que pierden un tanto a la
noche. Pero yo sigo prefiriendo ese romanticismo de las cenas, esa “prisa” más
pausada.
Comedor muy atractivo, con buenas mesas y correcta
separación entre ellas, bien vestidas. El dueño del negocio siempre al pie del
cañón. Un profesional con mucho recorrido y que sabe hacer bien las cosas. Una
vez acomodados por la atenta camarera es él quien nos cuenta un poco de qué
producto dispone y tras darle un par de vueltas al asunto, mi compi es quien
decide el tema sólido.
En cuanto a la carta de vinos, me animo a pedirle un
ribeiro pero al comentarle si tiene por ahí alguna añada algo más “vieja” me
dice: Espera un poco. Pues tremenda sorpresa. Allí que nos aparece con una
botella que al parecer tenía reservada para beberla él mismo algún día.
Una de
esas botellas sobre la que puedes tener alguna duda a la hora de abrirla. Un
V3, Viñas Viejas, un verdejo 100%, cosecha 2007. Las cepas de donde salen sus
uvas son las más viejas, incluso hasta de 140 años. Fermentación realizada en
barricas nuevas de roble francés sobre sus lías. Si lees notas de cata de hace
unos años te dirán que es de color amarillo pajizo, pero evidentemente los años
en botella lo han convertido en un vino con tonalidades verdosas. Sigue estando
muy limpio. Los gustos para los vinos como para todo son individuales y este
vino de hoy es del mío. Ha ido ganando a medida que pasan los minutos. Nada de
frutas, más bien hierbas. Vino con mucho cuerpo. No he podido menos que invitar
a una copa a nuestro anfitrión, me hubiese dado mucha pena que no lo probase.
Después él me ha ganado en amabilidad y no nos ha cobrado la botella. Pues
gracias por el momentazo y por el detallazo. A ver si para otra vez tienes por
ahí guardado algún otro tesoro.
En el apartado sólido comenzamos con unas estupendas
croquetas. Las de la abuela. Unas de bonito y boletus, las otras de espinacas.
Están en su justo punto. Melosas por dentro, crujientes por fuera. Sabrosas
ambas aunque, curiosamente me han gustado incluso más las verdes.
Degustamos ahora unas “rellenucas”. No había yo probado
estas delicias o al menos no lo recuerdo. Crías de jibia. Bien pudiéramos
llamarles simpáticamente… “jibiones globo”. A la plancha, es ahora su mejor
momento. Sin tonterías. Por cierto, a pesar de su nombre, no están rellenas.
Acompañados de una rica cebolla pochada. Si es que quien va a saber mejor que
el dueño lo que hay que pedir en un restaurante.
Después, más bien por imperativo legal, nos comemos una
lubina. Digo imperativo puesto que Aran no me ha dado más opciones. Un buen
pescado bien tratado. Aquí cuando la calidad es excelente el resultado
difícilmente puede ser otro.
Y para terminar una tarta de queso al horno. De nuevo
buena suerte con este plato. Una tarta de queso de las de verdad. Muy rica, de
resultado notable.
Un cafecito y una infusión y abonamos la cuenta. 93
euros con invitación al vino. Pues gracias por la experiencia, a ver si la
próxima no la distancio tanto en el tiempo pero es que no me da la vida.
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