Hace poco recibí la visita de mis amigos madrileños. Cuando
venían de camino me llamaron, querían saber dónde podían comer, si se me
ocurría algún sitio más o menos a la altura de Miranda. Enseguida recordé la
experiencia vivida hace ya dos años en un restaurante alavés en un pequeño
pueblo rozando con la provincia de Burgos. Así que como uno es un “envidioso”
de campeonato, allí que me acerco con mi amiga Marijo para quitarme el gusanillo.
Nadie diría que dentro de la casa que tenemos delante se
encuentre un restaurante del estilo del Lola. Más bien esperaríamos encontrar
algún asador de corderos al más puro estilo castellano. Pero no, nos adentramos
en un local moderno, muy bien montado. Mesas grandes, casi diríamos que
lujosas. Todo bien pensado para el disfrute del comensal.
Al frente del mismo el chef Alberto Molinero, reconocido en el
mundo gastronómico, premiado en varias ocasiones por su buen hacer.
El que hace las veces de jefe de sala y sumiller se acerca a
explicarnos la filosofía del restaurante y nos deja las cartas para que vayamos
estudiando el asunto.
Prefiero preguntarle sobre sus vinos. No tiene ninguno de
los blancos en los que estoy más interesado. Tiene que recibir alguno pero….
Así que después de darle un par de vueltas al tema, decidimos probar un Ribeiro
que no estoy seguro de haber probado nunca. El Paraguas atlántico, cosecha
2015.
Variedades Treixadura, Godello y Albariño. Cada variedad se
elabora por separado, permaneciendo la Godello 3 meses en barricas de roble
francés. Amarillo con ligeros toques verdosos. Quizás podamos sacarle un ligero
toque a pera. Buena boca, con cuerpo y un final bien largo y ácido que invita a
repetir trago.
Me encantan los panes de este restaurante aunque hoy he tenido
“mala” suerte y no disponían de mi pan de borona. No obstante cualquiera de los
que te ofrecen merece la pena.
Comenzamos con un aperitivo que nos hemos zampado a la velocidad
de la luz. Recuerdo que llevaba sardina y queso tipo yogurt griego. Está
riquísimo.
Seguimos con la burrata, con toque de trufa y frutos secos. Al
parecer la hacen muy cerca, concretamente en Labastida, creo. Mira que es una
textura que me resulta un tanto “difícil”, pero esto está cojonudo. Fresco y
liviano. Apropiado para un menú largo como el de hoy.
Pasamos a un plato que nos ha sorprendido por su suavidad y por
su sabor. Crema de coliflor con cortezas de cerdo y yema de huevo. Lo dicho, un
plato exquisito con una reseñable ligereza . Sabores muy suaves que están ahí,
presentes pero sin querer ninguno de ellos el protagonismo. Genial idea.
Degustamos ahora un plato de producto. Un espárrago de calidad
con la textura que muchos no esperan encontrar en semejante alimento. “Tieso”,
en su punto, más de verdura que de otra cosa. Muy agradable. Acompañado de
setas del bosque y de unos guisantes lágrima de los de recordar.
Llegamos a su plato estrella. Cigala, yema de huevo y migas. Al que ya habíamos probado y que
no importa repetir. Ni mucho menos. Uno de esos platos que cuando lo pruebas
difícilmente podrás olvidar. Bien pensado, quizás los platos que incluyen como
uno de sus ingredientes principales una yema de huevo bien hecha, me hayan
marcado en más de una ocasión. Desde luego este lo hace, que ni se les ocurra
prescindir de él en su carta.
Continuamos con el pescado. Tan “ido” estoy hoy que creo
recordar era Dorada pero no puedo asegurarlo. De excelente calidad y de
estupendo punto de preparación.
Como plato carnívoro degustamos unas carrilleras de cerdo
ibérico hechas al vino. Un plato muy de moda. Están bien realizadas y sabrosas.
Quizás después de sus maravillosos y sorprendentes entrantes no te marque.
Además ya vas llegando más que satisfecho y precisamente hambre no vas teniendo
ya.
Toca ya el turno al asunto dulce. Comenzamos con unas fresas.
Estamos en su tiempo pero estas tienen sabor de los de verdad. Riquísimas.
Acompañadas de una crema que no he conseguido saber lo que es pero que marida
de maravilla con la fruta. Un plato muy conseguido, genial y que invita a seguir.
Terminamos con una pequeña tarta de manzana de las de enmarcar
que va muy bien “escoltada” por un helado que parece de “menta” pero de una
ligereza sorprendente.
Los postres los acompaño por una copita de un Dulce de Invierno,
vendimia tardía. De Javier Sanz. Tres
fases son necesarias para su elaboración: el secado natural, la congelación de
la uva y la vendimia tardía. Después pasa ocho meses en barricas de roble
francés. El resultado es un vino de color ámbar. Con una nariz golosa que
recuerda a una compota de las de mi amatxu, orejones, higos secos…. Recuerdos a
miel y naranja…. Está de vicio.
Dos estupendos cafés dan por terminada la comida. Pues lo
recomendaría sin dudarlo. Un estupendo menú que bien pudiera serlo de un
restaurante con estrella. Un precio más que asequible al alcance de cualquier bolsillo. El total,
vinos incluidos han sido 105 euros. Su menú festival vale 38 euros.
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