En ocasiones como hoy me doy cuenta de que el tiempo pasa a una
tremenda velocidad. Hace ya 3 años de mi visita a este restaurante, me parece
mentira.
Aquí se viene a comer bien y a beber mejor aún. El local no es
lujoso pero sí lo suficientemente coqueto y cómodo. Sin florituras.
Enseguida nos atiende. Nos ofrece alguna cosilla y aunque mi
hijo tiene unas intenciones, al final Miguel hace que las cambie. Tampoco es
cuestión de discutir con quien sabe mejor que nadie con el producto que
trabaja.
Comenzamos con un quisquillón que está bien sabroso. Dice el
txikito que mejor unos langostinos gordos. Lo que hace tener buena edad y buen
apetito. Están estupendos para hacer boca, en general de un tamaño más que
decente. Muy ricos, la verdad.
Pasamos a un plato que tuve la oportunidad de degustar en mi
anterior visita y que, para mi sorpresa, le ha encantado a Ioritz. Últimamente
estoy de un vago subido así que nuevamente me aprovecharé de mi anterior
comentario. Tampoco hay novedad alguna así que me sirve. Alcachofas con jamón en su salsa. En presentación parecen
albóndigas. Nos cuenta de nuevo Miguel que su madre, como no había manera de su
hermano y él se las comiesen sin “disfraz”, ideó este plato y el primer día les
dijo que no se comiesen todas las “albóndigas”, que dejasen alguna para su
padre. Como el éxito fue sonado, quedó la receta para el restaurante. Muy
finas, como un sabor suave. Las preparan pochando cebolla con el mismo agua de
cocción de las alcachofas. Salsa muy bien ligada, un plato que obliga al unte.
Muy conseguido.
Miguel también sabe de vinos. Nos pregunta por nuestras
preferencias. En cuanto hablamos un poco me comenta que algún espumoso nos iría
estupendamente y para mi sorpresa resulta que tiene uno que tenía yo muchas
ganas de probar.
La historia
de este vino se remonta unos 150 años cuando Edmundo Ayala fue enviado a las
américas como ministro y allí se casó con una francesa. La dote consistió en
unos viñedos donde comenzaron a elaborar este champagne al que pusieron este
nombre en recuerdo del valle de donde procedía. Por cierto un servidor y su
hijo han nacido en ese valle. No somos tan “ilustres” pero sabemos apreciar las cosas ricas. Y los paisajes hermosos. Una prueba gráfica de la hermosura del Valle de Aiara.
Desde hace
unos años la bodega ha pasado a ser propiedad de Bollinger y dicen los que
saben que se ha notado mucho el cambio, a mejor. Pues nos alegramos.
Este champagne Ayala Rosé Majeur lleva la mitad de uva chardonnay, casi un 40% de
pinot noir y el resto es meunier y un vino tinto procedente de Verzy.
Tiene un precioso color asalmonado con una espuma muy fina y
bien integrada. No te deja indiferente. El txikito dice que le recuerda a la
manzana pero yo me voy de cabeza a otro sabor. Sin duda alguna esto sabe y huele a fresa. No penséis en la fruta en
sí, pero sí en producto elaborados con ella. Quizás helado de fresa, caramelos
de fresa….
Eso sí, tiene un tremendo “peligro”, se deja beber tan
fácilmente que es difícil conseguir que la botella aguante una cena. Me hubiese
gustado hoy abrir otra botella pero…..
Como plato principal hemos degustado un buen lenguado. De
estupendo tamaño y genialmente preparado. Presentado entero y perfectamente
servido en dos veces. Todo de aprovechar. No nos ha hecho falta andar después
con limpiezas. Tampoco es que precisamente seamos los mejores comedores de
pescado. Me dan envidia quienes son capaces de chupar espinas igual que yo
chupo los huesos.
Nos hemos quedado estupendamente, no necesitamos más. Nos gusta
el trato y nos gusta lo que dan de comer y como lo dan. Encima hoy se han
encontrado dos enamorados del fútbol así que la “chapa” hoy me la han dado a
mi.
El total abonado ha sido de 138 euros. A tener en cuenta que el
champagne ha salido por unos 48 así que la cena nos ha parecido de una relación
calidad-precio muy correcta. Su página web: www.restaurantelar.com
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