Poco
a poco voy acercando a mi retoño a todos los restaurantes que yo ya he
visitado. Es un tío muy crítico para lo bueno y para lo malo y además es
bastante más “duro” que yo por lo que su opinión quizás sea más a tener en
cuenta que la mía.
Hoy
nos tocaba visita a este restaurante donde ya he estado en unas cuantas
ocasiones y siempre he salido contento.
Es
un local amplio y además tiene una buena bodega con cositas interesantes
incluso en blancos. Nada más entrar veo un Tondonia reserva 2003 pero dejaremos
a ese “bebé” que crezca un poco, tiene mucho futuro todavía.
El
propietario hoy hace las labores de jefe de sala. No tenía el placer de
conocerle puesto que generalmente está en servicio de mediodía y no de noche.
Nos colocan el pan, correcto, sin más. No es su punto fuerte.
Nos
acerca las cartas pero vuelvo a dejar que sea él quien nos comente las cosas
más interesantes que tiene. Hablamos primero un poco de vino, le comento mis gustos.
Me recomienda un Ribeiro. No
nos hemos terminado de entender sobre todo en la cuestión de añadas. Nos saca
un Cholo, de uva loureiro. Cosecha 2016. Yo, sin la ayuda de mis gafas y
después de la conversación, pensaba que estaba bebiendo un 2010 y aquello no me
cuadraba demasiado. Fruta para dar y regalar….. Creo que es un buen vino, mi
hijo ha disfrutado más que yo. Fresco, mucho. Aromas a frutas y esa boca que
sin disgustarme, no termina de enamorarme. Bueno, a ver si tengo suerte y
encuentro alguno por ahí con un par de años de botella y podemos hacer las
comparaciones.
Como
vamos a comernos un pez de tamaño considerable, simplemente le pedimos que nos
saque algo para picar. Nos recomienda sus zamburiñas. Me pregunta si sé que son
y le digo: Sí hombre, como las de Santiago pero en pequeñas…. Preparadas como
los tigres rellenos. Realmente están deliciosas. Para limpiar la concha y no
dejar restos, cosa que hacemos.
Nos
enseñan el rodaballo que vamos a cenar. Buena pieza, de un 1300 gramos. Tamaño más que sobrado para dos personas.
Buena limpieza por parte del
camarero que nos atiende, sin una espina. Una pena no saber aprovechar todo en
su medida pero cada vez soy capaz de meterme en sus “entrañas” y degustar esas
carnes más oscuras tan sabrosas.
Lo
acompañan unas patatas panaderas correctas. Hemos terminado más que satisfechos
de pescado.
Algo
había leído de sus quesos así que, encima estando con quien estoy, degustamos
una tablita de cuatro quesos a cada cual más rico. Un Idiazabal, otro ahumado,
un queso azul muy pero que muy rico y un italiano con trufa. Todos ellos de
rechupete.
Un
cafecito y abonamos los 121 euros de la cuenta. Precios comedidos tanto en los
pescados como en los vinos. Sigo recomendando el lugar. La única “pega”, no
sencilla de solucionar, es que la mayoría de la gente viene en busca de sus
estupendas txuletas con lo que el ambiente del comedor se resiente en cuanto a
olores. Pero… yo también las he comido, por cierto, de calidad estupenda.
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