Seguimos con este “verano” tan “nuestro”. Algunas que yo
me sé están a punto de un ataque de nervios….. no hace días de playa. Pero
bueno, tienen ahí esas merecidas vacaciones y se resarcirán con creces.
Ya que no hay playa de tumbona y toalla, al menos ir de
visita. Hace un bonito día, buena temperatura y llover, lo que se dice llover,
no hace.
Además, así encontramos aparcamiento más fácil puesto que
los días de sol, la cosa aquí puede complicarse hasta el punto de tener que
marcharte sin encontrar un hueco.
El Hotel-Restaurante Igeretxe está situado en primera
línea de la playa de Ereaga, era un antiguo balneario, como bien indica su
nombre y ahora ha pasado a ser un local con varias propuestas. De noche tiene para mi un encanto especial. Quizás ese entorno, esa playa..... la noche es diferente, sin duda.
Además del hotel, su oferta gastronómica es variada.
Puedes desayunar en el café La Veranda, o comerte uno de sus saludables menús.
Puedes probar su nueva propuesta, asiática, su Sushi Bar,
disfrutar de la cocina japonesa o puedes, como hemos hecho nosotros, acomodarte
en su restaurante La Brasserie.
Habíamos reservado para cenar en su acristalada terraza
pero la amable camarera que nos atiende, conocida de otras ocasiones, nos
recomienda cenar en el restaurante en sí puesto que en la terraza tienen una
reserva de una mesa grande de una cuadrilla que viene de fiestas de Algorta y
no van a ser, precisamente, demasiado silenciosos. Se agradece el detalle.
Buenas mesas, además nos acomodan en una de cuatro
comensales con lo que tenemos sitio de sobra para disfrutar de su comida.
Al estar en temporada tienen un menú cuyo ingrediente
principal es el bonito pero mi compi, que si come demasiado se va a “pasar” de
vueltas con aquello de “lo que se come se cría”, no es demasiado amiga de este
producto.
Así que nos decidimos por su carta. Antes de eso, nos
sacan un aceite de oliva muy rico y el pan, que está reciente. Vamos “untando”.
Gambas de Huelva a la plancha. Una buena ración de gambas
de tamaño medio, como a mi me gustan. Hechas en su justo punto y que están,
como no puede ser de otra manera, para “chuparse los dedos”.
Después nos comemos unas zamburiñas a la plancha. Esto es
como comer pipas, quizás hayan pecado de estar excesivamente saladas y eso que
a mi la sal me gusta. Están muy ricas de sabor y tienen un toque a la marinera
que las hace más apetecibles aún.
Para beber y dados los gustos de alguna, una botellita de
Champagne Mumm. Me gusta. Creo que es un champagne con buena relación
calidad-precio. Toques dulces pero desde luego que un moscato no es. Tiene
acidez suficiente.
Tiene quizás, un poco de “peligro”. Es demasiado fácil
beberse la botella que por cierto, ha acompañado todos y cada uno de los platos
sin perder en ningún momento los papeles.
Pasamos a los platos principales, yo, como no podía ser
de otra manera, pido una ración de bonito.
Dos buenos trozos, bien hechos. En ese punto que hay personas que
consideran poco hecho pero que sabemos que es el ideal. Sonrosadito por dentro,
como mandan los cánones.
Muy jugoso para ser lo que es. Acompañado de unos pimientos
rojos y cebolla pochada.
La txikita se pide una ración de solomillo a la brasa,
acompañado de unos pimientos rojos y unas patatas fritas caseras, que al
parecer y según “leyenda urbana”, estaban muy ricas. No puedo opinar al
respecto porque ni las he catado. A lo tonto…… me he quedado a dos velas.
He probado la carne y realmente estaba sabrosa y aunque
la pide un poco más que al punto, sigue teniendo jugosidad.
Hambre ya no hay demasiada pero quedan un par de tragos
de champagne y la camarera nos recomienda comernos media ración de postres
variados.
Así que nos aparece con unos trozos de tarta, a cada cual
más rico, un helado de fresa que hace el plato más fresco y un par de “piedras”
de chocolate que estaban de rechupete.
Un café y una infusión dan por terminada la velada. Una
pena pues hay ofrecimiento a un txupito pero estoy ya más que “resabiado” y se
bastante bien cual es “mi medida”.
Después de un agradable paseo por el muelle y con la pena
de no poder tomar un rico GT en una de las agradables terrazas, tengo la
tentación que me acompaña cada vez que voy al Puerto Deportivo: “mangar” una de
las piedras blancas de la rotonda, pero de las “gordas”. Como siempre, me puede
el “civismo” y vuelvo a casa sin ella.
Por todo lo degustado más una botella de agua, hemos
abonado 127 euros, que no me parece mal precio teniendo en cuenta la calidad
del producto y la botella de Champagne.
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