Mucho tiempo llevaba yo con ganas de
acercarme hasta este restaurante. Realmente lo tengo a media hora de casa pero
el hecho de que precisamente no sea en línea recta y de que a las noches mi
“particular “GPS” no funcione como es debido, me habían hecho ir dejándolo.
Por fin, aprovechando un pequeño
cambio de costumbres y un viernes festivo y acompañado de mi “retoño”, me
acerco hasta este precioso Hotel, situado en una privilegiada zona de nuestra
Euskal Herria profunda.
Tras un par de preguntas a personas
que vamos encontrando por el camino, en los dos sitios donde más facilidades
tenemos de perdernos y tras un par de vistazos a esos “planos” que me he preparado,
llegamos a nuestro destino.
Un vistazo al entorno, un vistazo
hacia Gorbea, donde aún podemos ver algunas manchas de nieve y un repaso a las
preciosas casas y caseríos de la zona. En primera línea, unas ovejas que
resultan ser las madres de los corderos que ofrecen en el restaurante.
Nos reciben Randa y Kepa, los
propietarios y únicos trabajadores. El, vecino del lugar, nacido en la casa
colindante y ella Libanesa pero perfectamente aclimatada. Pura simpatía y
excelente atención. Quieren ser cercanos, quieren hacerte sentir como en casa y
realmente lo consiguen.
Han añadido una terraza acristalada
donde han pensado ubicarnos y la verdad es que no hay ni que dudarlo. Luz por
doquier y unas vistas de lujo. Hoy, aunque el día no es el más soleado, la temperatura
es muy agradable.
Cuando llamé para hacer la reserva,
Randa me preguntó si llevábamos una idea de lo que queríamos comer y ahora que
les he conocido y he conocido sus ideas, me doy cuenta de lo importante de la
pregunta. Trabajan con mucho producto propio y de la zona. Esto no es un restaurante
al uso, esto es un lugar donde pretenden que disfrutes de una manera muy
relajada, sin prisas, sin agobios.
Se nos acerca Kepa con dos “preciosidades”. “Como sois los primeros podéis elegir”. Tanto monta, monta tanto. Buen tamaño, buena presencia. Empezamos a sudar antes de tiempo. Menudos txuletones, oyes…… Así que allá que se va a empezar a trabajarla.
Se nos acerca Kepa con dos “preciosidades”. “Como sois los primeros podéis elegir”. Tanto monta, monta tanto. Buen tamaño, buena presencia. Empezamos a sudar antes de tiempo. Menudos txuletones, oyes…… Así que allá que se va a empezar a trabajarla.
Nos ofrecen un aperitivo de crema de
queso con aceite y especias. Con guiños claros a la cocina libanesa y que
acompañado por una especie de pan de pita, desaparece del plato a una velocidad
supersónica.
Como entrantes nos dan dos opciones y
lógicamente elegimos cada uno una de ellas. Mi hijo se decanta por la brandada
de bacalao. Cuatro tostas de pan cubiertas del producto. Recordaba yo este
plato gratinado al horno. En este caso no lleva toque de calor. Estamos un buen
rato intentando descubrir a que nos recuerda y al final, es impepinable, nos
damos cuenta de que lo que hemos comido en muchas ocasiones que tanto se parece
no son otra cosa que croquetas de bacalao. Contundente, tanto que Ioritz dice
que a él casi si le sacan el postre…..
Yo me decanto por algo que me encanta
pero que no tengo demasiadas ocasiones de probar: una estupenda porrusalda.
Además los puerros son de cosecha propia. Con unos trozos de bacalao desmigado
que le dan el toque perfecto. Que recuerdos me trae este plato. Eso hace que lo
disfrutes aún más. Está muy rico.
Yo me he quedado sin probar la
brandada pues el txikito ha dado buena cuenta de ello y allí que me aparece
Randa con otro par de tostas. Así que…. detallazo. Puedo prometer y prometo que
se deja comer gustosamente.
Al rato llega con el susodicho txuleton pasado
ya por la brasa y acompañado de unos pimientos asados que por cierto están
cojonudos y de una ensalada verde que de nuevo me sorprende por el toque de
hierbas que lleva y que le dan un carácter propio y un tanto especial. He dado
buena cuenta de ella.
La carne está simple y llanamente para
comérsela. Me sorprende mi hijo, ni la pasa por la planchita que nos han traido
para poder ir calentándola un poco. Desde luego que un txuleton de kilo y medio
da para mucho. Nos ponemos los dos las botas y desde luego que en otra ocasión
hablaré con ellos para hacer esos entrantes más livianos.
Hoy hemos tenido una interesante
charla antes de comer con Kepa sobre el asunto de los vinos. Siendo quien soy,
se supone que sobre el asunto de los vinos blancos, evidentemente. De las
temperaturas de servicio, del posible consumo de vinos criados en barrica con
unos años de vejez. Hablando se aprende.
Su carta no es muy extensa y menos de
mi tipo de vino pero como tienen Itsasmendi 7 y además el 2013, pues no
tenemos que discutir y con él regamos la excelente comida. Siempre me ha
gustado este txakoli y creo que me gustará más aún cuanto más lo beba y
disfrute.
Como somos de beber “trankilo”, nos
quedan un par de copas y se supone que aquí tienen que tener buen queso. Ellos
insiten en ofrecernos un postre que al parecer bordan y que prometo probar en
mi próxima visita. Así que nos sacan “media” ración de un par de quesos de
Idiazabal acompañado de nueces de casa y de una confitura de manzana hecha por
ellos mismos. Todo muy rico y además hemos tenido la suerte de que a cada uno
nos ha gustado más uno de ellos.
Un cafecito que Randa me comenta que
es de puchero. Con lo poco que me gusta a mi la espuma, encantado de la vida.
Si tuviese menos prisa me hubiese tomado algún otro. Pero los jóvenes tienen
menos paciencia.
Charla de despedida con la promesa
de ir un día entre semana a merendar y llevarles algún
blanco “viejuno” para que comprueben en propias carnes que merecen la pena.
Pues desde luego que es un sitio que
aconsejo sobremanera. Su paisaje merece la pena, un trato inmejorable y una comida bien tratada, con un producto excelente. Eso sí, os recomiendo llamar y concretar con ellos lo que vais a comer.
Quieren potenciar los corderos de la zona y al parecer los trabajan a baja
temperatura. Otra escusa más para volver.
El total abonado ha sido de 110 euros. Sin engaños. Creo que merece la pena.
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